Él olía a flores y su voz era humo.
Sus manos cosieron las extremidades de mi cuerpo.
En su pelo anidaban luciérnagas... su luz era inmensa;
algunas tardes caprichosas me mecían sus pestañas infinitas,
las siestas sabían a fruta.
Desnudó uno a uno mis frioleros pensamientos,
los cuidó con mimo y les dio alas.
Sí.. él olía a flores y su voz era humo.
sábado, 12 de junio de 2010
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