lunes, 27 de julio de 2009

El despertador


Fue en ese justo momento, en el que el tiempo decidió ser compasivo y dejó de existir por un momento. Por un instante nos dejó ser, sin importar el cataclismo que dominaba la atmósfera, esa misma que nos acunaba y nos protegía con tanto cuidado, la que buscábamos al caer la noche. El tiempo se apiadó de nuestras ganas y saltó por la ventana, nos dejo a solas, nos dejó buscarnos, me dejó nadarte. Y bajo tu agua empecé a arder, me sentí fuego. Y fuimos llamas, y fuimos lluvia. Cada gota nos golpeó con fuerza, la tormenta le devolvió al tiempo su autoridad, y nos encontró abrazados en la más estricta soledad, la soledad de saberme tuya. Te sequé con mi manta de piel y caminamos por los sueños, descalzos, andamos por la senda de lo inconsciente, pintando relojes que se deshacen como el hielo, bailamos por escenarios en blanco y negro, después rojos, matamos a la araña de Klee y desayunamos erizos con el marinero de Picasso. Desee no volver a despertar, cerré fuerte los ojos y apreté tu mano con fuerza, ahí estabas tú... tan dormido, tan limpio, tan puro. Te abracé. El tiempo se volvió presencia, se hizo notar, sonó el despertador, te arrancó de mi pecho, de mis manos, de mis brazos. Era tarde.